jueves, 9 de octubre de 2008

LAS MIGAS



Hoy aquí en Palma, hace un día malísimo. Esta mañana a las seis, hacia un día de frío y de lluvia, que lo único que apetecía, era quedarse en la cama bien tapadito.
Y estos días tan grises, me traen a la memoria, a mi Encinasola y a mi familia, y por donde vayas te lo recuerdan. Sin ir mas lejos, hoy al salir de casa a las seis y media como cada día, me paré en el bar de la esquina para tomar café y Manuel, el dueño del bar, después de decirme “buenos días Toni, vaya día de lluvia que amaneció; hoy hace un buen día para unas buenas migas y unas sardinas asadas” ya me he pasado toda la mañana, pensando en las migas que nos comíamos en mi casa.
A mi padre le salían de muerte, siempre las hacía él aunque mi hermana Lola también las hacia muy buenas. Recuerdo a mi padre, siendo yo un niño, que cuando hacía las migas, al darles la vuelta, siempre me decía, “¡Antonio! asómate a la calle y mira a la chimenea, verás que las migas se ven desde la calle cuando yo las tire parriba”. Yo salía corriendo a la calle Sevilla y me ponía en la puerta de Isidro y María López mirando la chimenea a ver como mi padre tiraba las migas tan altas para darles la vuelta. Siempre me engañaba, hasta que un día me quedé y vi que le daba la vuelta con una tapadera. Un día de estos de lluvia que mi padre estaba haciendo las migas, ocurrió que mi madre había fregado los cacharros y tenía la tapadera encima de la mesa. Cuando mi padre la agarró para darle la vuelta a las migas, no se percató que debajo de la tapadera se había pegado la pastilla de jabón de fregar. Tapó la sartén y la giró, la pastilla se quedó en la parte de debajo de las migas y se derritió con el calor. De todo esto, no nos dimos cuenta hasta que las migas estaban en la mesa. Cuando empezamos a comer, muertos de hambre que estábamos, os podéis imaginar lo que pasó, un poco más y todos echamos las papillas. Una pastilla de jabón blanco, de ese que mi madre hacía con el tocino que sobraba de los garbanzos, derretida entre las migas. Con la buena pinta que tenían, el sabor era asqueroso y nadie se explicaba que es lo que había ocurrido. Hasta que mi madre cayó en la cuenta de que el jabón no estaba en su sitio, por lo que se dedujo, que ocurrió todo esto que os conté. Esta anécdota la hemos referido mis hermanos y yo muchas veces, y hoy pues también, ya que mi amigo Manuel, el del bar de la esquina, me recordó que hoy hace un día buenísimo para comerse unas migas y unas cuantas sardinas asadas.


Antonio Vaello

2 comentarios:

  1. Antonio !qué anecdota más graciosa!aunque me parece que en aquel momento no os haría mucha.
    A mí me encantan las migas con sardinas, mi suegra siempre las hacía cuando estaba lloviendo y le salían riquísimas.
    Un abrazo.
    Carmen

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  2. Antonio me leiste el pensamiento hoy. Con este día yo tambien pensé en las migas.
    Con mi amiga Reme vamos a hecer unas en su terreno, y os invitamos a vosotros a que vengais, eso si
    con tre kilos de sardinas... vale?.
    Me he reido con tu escrito, cuando vayas a casa de mi madre dile que te cuente su anecdota de las migas.
    Un abrazo.

    Ana Mari

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