Cuando tenía once o doce años, los sábados por la tarde nos íbamos con las amigas en bicicleta a pasear por los caminos de los alrededores de Binéfar.
Una tarde de primavera salimos como de costumbre, nos pusimos a hacer carreras y tuve la mala suerte de caerme, me hice una buena herida en el codo que enseguida empezó a sangrar. En el lugar donde estábamos no había ninguna casa cerca para poder lavarme, así que nos pusimos a mirar y nos dimos cuenta que detrás de un muro de piedra y cerrada con una puerta de madera había una balsa con agua, la puerta estaba cerrada pero sin llave ni candado, entramos y con un pañuelo me limpié la herida . Cuando salimos a coger las bicicletas una mujer que pasaba por el camino nos preguntó de mala manera.
-¿Qué hacíais ahí?
Nosotras le explicamos lo que había pasado. Muy enfadada nos dijo;
-Esa balsa es de los protestantes y nada más por haber entrado ahí estáis en pecado mortal, porque ese agua es para bautizar a los protestantes.
Y dirigiéndose a mí me dijo;
- Y tú que te has lavado con ella estás condenada al infierno.
Asustadísimas salimos de allí a toda velocidad. Cuando llegábamos al pueblo paramos y nos pusimos a comentar lo que la mujer nos había dicho. Aquello fué un drama comenzamos a llorar desconsoladas y después de un rato decidimos que lo mejor era ir a la iglésia para confesarnos rápidamente.
En la iglésia no encontramos a nadie, así que fuimos a la casa parroquial que estaba enfrente y llamamos a la puerta. Nos abrió la hermana del cura. Entre sollozos y muy nerviosas le dijimos que teníamos que confesarnos inmediatamente, armamos tanto alboroto que salió mosen Marcelino y preguntó que pasaba. Le dijimos que nos tenía que confesar urgentemente porque estábamos en pecado mortal, él nos hizo pasar a su despacho y nos preguntó;
-¿Qué habéis hecho?
Le explicamos lo que había pasado y lo que la mujer nos había dicho. Con una sonrisa nos dijo que aquello ni de lejos era pecado, que el agua era parte de la naturaleza y que la misma la había creado Dios, estuvo hablando bastante rato con nosotras y diciéndonos muchas cosas que por fín nos dejaron tranquilas y sin remordimientos.
Llamó a su hermana y le dijo que me curara el brazo y después nos trajera galletas y chocolate que comimos con voracidad. Supongo que la seguridad de no arder en el infierno nos había abierto el apetito. Cuando nos íbamos me dijo;
-Tú vete a casa enseguida y enséñale a tu madre el brazo, no se vaya a infectar la herida.
Así lo hice y también le conté la odisea que habíamos vivido, mamá me dió un beso y me dijo que teníamos que ir a casa del practicante porque al haberme caído en un camino donde pasaban animales quizás tendría que ponerme la antitetánica.
Fuimos a casa de Don Rosendo y volvió a desinfectarme la herida y me puso la inyección que me dolió mucho, pero no tanto como lo que me había dolido el pensar que estaba condenada para toda la eternidad.
De aquella tarde conservo un recuerdo que me hace sonreir cada vez que pienso en lo inocentes que éramos. Además todavía se nota una pequeña cicatríz en el brazo.
Carmen
Hola Carmen: Me ha gustado mucho este escrito sobre tu pecado mortal. Eso que tu sentiste, es lo que todos los niños de nuestra generación sentíamos, todo lo que hacíamos era pecado, y así o te condenaba al infierno, o te dejaba ciego. Un saludo y sigue mandando cositas.
ResponderEliminarA.Vaello
Para aquella Señora yo diria,perdonala Señor, porque no sabe lo que dice, y para ti despues de rescatarte del Infierno ¡fantastico¡ este relato, tu has sido tardia pero cierta, la cicatriz considerala una medalla,la de tu salvación de morir en la hoguera.
ResponderEliminarCarmen la que estaba en pecado mortal era aquella señora por el mal rato que os hizo pasar, pero asi era la vida cuando eramos pequeños, cualquier cosa era pecado.
ResponderEliminarPrecioso relato,
un beso.
Ana Mari
Que buen testimonio Carmen. Está bien recordar estas cosas que nos tocó vivir y que ahora suenan tan extrañas y absurdas. Así hemos crecido y de esto precisamente no hemos de sentir nostalgia.
ResponderEliminarPilar.
Carmen un precioso relato, yo bien recuerdo que por cualquier tontería te hacían sentirte mal , con el dichoso pecado mortal,yo en lo poco que fui a la escuela estaba con una amiga y le vertí el tintero a la maestra y hice que carmen mi amiga me guardara el secreto de que yo lo había tirado y fue sin querer,y otra de las niñas que lo supo todos los días me decía igual estas en pecado mortal,y yo no dormía de noche, asta que no fui a confesarme no se me quito, y anda que se me va a olvidar la que me hizo pasar la dichosa niña, Isabel.
ResponderEliminarCon cuantas culpas y pecados inesistentes cargamos los de nuestra generación...¡¡Y cuanta inocencia la nuestra!! Bonito relato.
ResponderEliminarUn abrazo: Alicia García.